domingo, 30 de diciembre de 2012

Volega


Pequeñas sombras salen a la luz después de caer la lluvia, fantasmitas de oscuridad inofensivos. Se dice que viven en las gotas de agua. Las calles de la ciudad se llenan de ellas cuando el cielo está nublado. Este evento ocurre cada diez años durante una semana. Nadie sabe qué buscan, o si están buscando algo en realidad. Flotan en el asfalto y recolectan hojas de encino,  a veces llevan algunas ramitas. Uno puede ver un centenar de cuerpos translúcidos marchando a un paso cadencioso. Nada las detiene ni perturba. Ayer intenté seguir a una; la perdí de vista en una esquina. No sé adónde van. Sospecho que están construyendo un árbol.

sábado, 29 de diciembre de 2012

Eufemismos 3


Cualquier parecido con la realidad, es mera coincidencia

Tengo sed.

Ejemplos:

Tengo sed.
Te amo con locura.

Realmente tengo sed.
Realmente soy un tremendo idiota que no sabe qué decir.

Bonito día el de hoy.

Ejemplos:

Oye, bonito día el de hoy, ¿no?
Oye, cásate conmigo, ¿no?

Bonito día el de hoy. 
Soy un imbécil: no me prestes atención.

viernes, 28 de diciembre de 2012

Mi zapato está llorando


No puedo caminar como solía hacerlo antes. Cada que doy un paso mi zapato derecho llora. Está quejándose, lo comprendo. Yo haría lo mismo si pudiera. Debe ser realmente desagradable cargar a alguien de mi condición por varias horas. El cansancio tiene que aparecer en algún momento. Seguramente está desesperado. No puede hacer nada, solo resistir. No hay escapatoria. Está condenado como todos los demás zapatos en el mundo. Esa tortura de la cercanía y roce con los pies humanos. Los calcetines reducen un poco el sufrimiento. Su libertad efímera llega por obra mía. De ahora en adelante andaré descalzo, no quiero que más zapatos sufran por mi culpa.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Un huracán en casa



Había un montón enorme de cartas que jamás escribí. Las razones son poco importantes. La casa estaba llena de ellas. Incluso se extendían hasta el jardín y algunas más aventureras lograban llegar a la acera. Cualquier sitio en el que uno ponía la mirada estaría lleno de ellas. Sobre el césped, encima de los rosales, colgadas en una rama. Algunas eran para personas que apreciaba, otras para los que vi solo una vez, y las más especiales eran para seres que existen solo en la vida onírica. No las envié porque nunca encontré la compañía de correos adecuada. Todas se limitaban a enviar material que pudieran tocar con las manos. Así que se fueron acumulando hasta formar un muro que a simple vista no dejaba salir ni entrar a nadie.
   El día se nubló inesperadamente y la lluvia arremetió sin previo aviso. El viento se intensificó y derribó varios árboles a los cuales apreciaba de una manera especial. Al vagabundo que vivía en la esquina le cayó encima un almendro y lo mató de manera súbita. Seguramente, sin importar a cuál lugar haya sido transportado, se alimentaría mejor que aquí. 
   Como un caballo a todo galope el viento irrumpió por la cocina arremolinando las cartas, y la lluvia se dispuso a deshacerles con una vehemencia desmesurada. Hicieron la ventana añicos y se colaron en la casa. Cualquier intento de rescate era imposible. Solo me quedé observando cómo las cartas eran destruidas; puse atención mientras ocurría la catástrofe. El muro de papel era derribado con elegancia por un huracán furioso. Nada podía hacer. La casa era un desastre y todo estaba arruinado. Harían falta una buena cantidad de escobas y un par de botas de hule.

Sueños de alguien que no sueña


Estás ahí, parado en la acera. Solo tú y la fría acera. Unas cuantas aves en el cielo y un depósito de basura en la esquina. Todo lo demás es blanco y destila tristeza. No hay nada alrededor. Solo un vacío que retuerce el estómago. Caminas cien metros y encuentras un buzón, el cual contiene un sobre rojo. Hay una carta dentro de él dirigida a ti; la abres pero no dice nada, es una hoja en blanco. La guardas en el bolsillo y decides caminar un poco más. Dos horas han pasado desde que encontraste la carta; has avanzado una gran distancia; tienes los bolsillos rotos; el sobre ha caído muchos metros atrás. No puedes regresar porque ya no hay camino de regreso. Sigues adelante y ahí está un buzón de nuevo. Esta vez es azul. Contiene el mismo sobre rojo. Al abrirlo de nuevo ya no está la hoja, en su lugar hay solo un pequeño pedazo de servilleta que dice: «alguien miente, siempre hay alguien que está mintiendo».

Sigues a bordo


Las mañanas son rápidas y frescas. Las gotas de agua se deslizan por ellas sin ningún impedimento. Cuando menos te lo esperas ya es mediodía y sin que te percates de ello ya está anocheciendo. Se puede ver cómo los segundos transcurren con prisa. Los días fluyen tan velozmente que si no tienes cuidado se te ha ido un año. Jugarretas del universo.  Ayer cumplías once años y hoy estás apagando ochenta velitas en el pastel. Buscabas el secreto de la vida eterna y ahora que lo has encontrado ya estás muerto. Observas a los peces nadar en la pecera. Ves al niño equivocarse tantas veces que ha terminado por arrancar todas las hojas del cuaderno. Miras los árboles caer de la montaña, como hojas, deslizándose suavemente. Hay aves que no vuelan y marineros sin barco. Nadie desperdicia su vida. Sus razones tendrán para emplear tiempo en actividades que a otros podrán parecerles poco productivas e incluso perjudiciales. Hoy querías escribir una carta y mañana ya no sabes cómo escribir. La semana pasada tus manos funcionaban y ahora están tiesas como piedra. Solías pelear con tigres y ahora una lombriz te ha dado un paliza. Abordas el autobús y ves pasar el mundo, o al menos una parte de él. Nadie pone mucha atención. Solo ven una simple ventanilla. La historia está allá, pasando a ochenta kilómetros por hora a través del cristal. Te colocas los audífonos y líquidas el ruido exterior. Escuchas tu canción favorita. Hablas y asesinas el silencio. Le cedes el asiento al amor de tu vida. Es hora de bajar, el viaje ha terminado, has llegado a un destino incierto. Te detienes para comprarle a la señora de los pistaches y sigues tu camino. No sabes si regresarás o nunca volverás. Eres pasajero del autobús de la muerte. Aún sigues a bordo. Nadie ha podido bajar con vida.

La causa del insomnio


Llevaba años intentando descifrar el origen de mi insomnio. Aparentemente la preocupación no era algo que me quitara el sueño. A mí me sucedía algo más; no sabía qué, pero no eran las típicas cosas que quitan el sueño, bueno, algunas veces sí, pero podría decirse que dos en un año como máximo. En ocasiones llegué a pensar que lo que no me dejaba dormir era el hecho de ponerme a pensar por qué no podía dormir. 
     Daría cualquier cosa por acostarme y quedarme dormido como un tronco, como la persona promedio, pero eso era solo un sueño guajiro; algo prácticamente imposible de realizar para mí. Había intentado de todo, incluso dormir boca abajo. Pero un día la respuesta llegó a mí como un milagro, de repente ahí estaba la causa, en la almohada, en mi cama, todos estos años estuvo ahí, ocultándose donde jamás imaginé, burlándose de mí: era un simple y vil agujero en la almohada. Por ahí se escapaban mis ganas de dormir; mis sueños se escurrían como agua. 
     Ese día tuve un sueño en donde hacían fiesta nacional porque había descubierto la causa del insomnio. Cuántas personas podrían curarse. Me darían un Nobel. Agujeros en la almohada, algunos tan minúsculos que pasaban desapercibidos. Pero con la lupa adecuada se podrían encontrar. La gente dormiría bien y todos serían felices. Esa semana dormí como un bebé, vaya que lo gocé. Pero la alegría no duró mucho, el insomnio volvió, ahí estaba, ese cazador de bostezos inoportunos, raptor de indicios de sueño. 
      Tal vez todo eso del agujero fue una simple pantalla, quizá el insomnio quería que volviera a sentir esas ganas de irme a dormir, esa despreocupación por lograr conciliar el sueño, así tendría más cosas que agregar a sus trofeos, se alimentaría de mi desesperación. Caí como un tonto. Quizá algún día logre vencerlo, no me voy a rendir tan fácilmente.

Habitando incendios



Vivimos en un sexto piso, en la única calle de la ciudad que no ha sido nombrada. Estamos situados a la mitad de un incendio que no precisamente está constituido por fuego. Los que viven debajo de nosotros se dedican a golpear el techo la mayor parte del día. Ya nos han destrozado los nervios. Al principio uno se ve desconcertado. Te invaden las ganas de ir a derribarles la puerta. Los primeros días son eternos. Caminas tranquilamente por el pasillo y repentinamente el demonio te jala los pies y taladra tus oídos. Con el transcurrir de los años nos hemos medio acostumbrado. María insiste en que nos mudemos. Yo le digo que no. Adónde sea que vayamos será igual. Puedo intuirlo. Los que viven arriba son más amigables, incluso a veces dejan caer una rebanada de pastel. Ahora cumplimos años al menos un día cada semana. Nuestra situación ha ido mejorando paulatinamente, o eso es lo queremos creer.
      El reloj marca el tiempo de manera aleatoria; en ocasiones son las diez de la mañana y dos horas más tarde nos dice que ya es medianoche. He sido despedido de cien trabajos por su culpa. Me la paso insistiendo en que compremos otro reloj, pero ella dice que no hace falta. Nuestro capital es invertido en cosas de provecho como figurillas de arcilla o vasos de cristal.

María le teme a las paredes


Solíamos discutir frecuentemente sobre el color del mundo. María siempre decía que el mundo era de color azul. Cualquier gamberro con un par de neuronas en el cerebro diría eso. Era su salida fácil, quizá fundada en que estamos rodeados de mares. Frecuentemente olvidaba utilizar su imaginación. No le gustaba ahondar en cosas de aparente insignificancia. Nunca estuve de acuerdo con ella, yo creía que el mundo era blanco, una especie de lienzo. Sin embargo, después de tanta discusión innecesaria, he llegado a la conclusión de que el mundo es de un color extraño y difuso, indefinido a simple vista; es variable, depende de factores que desconozco aún. A veces es gris y otras verde, púrpura o carmín, pero puedo asegurar que en las noches siempre será negro.

Teclado sin dedos



Podrías escribir lo que sientes en este instante. Aquello que te perturba hace semanas. Preocúpate si no plasmas nada, podrías estar en graves problemas, en el peor de los casos, que seas una fría máquina. Podrías rasgar las hojas con palabras duras, podrías hacer llorar a alguien sin mirarlo, podrías volar en el lomo de un dragón. Esto no es tan difícil, incluso es relativamente fácil. La cosa es sencilla.
      El tiempo mejora a pasos agigantados. Nada puede empeorar, no sientas miedo, estaré aquí para contarte de aquella vez que me caí de la bicicleta. Seguro te hará reír. Se ha ido la lluvia, pero ha quedado la humedad en el viento, las gotas han empezado a deslizarse con más gracia por las hojas de los árboles. El olor a tierra mojada invade la habitación.
      Escribe eso que te inquieta, no pido que te expliques, no quiero que seas coherente, no quiero que relates un cuento, solo quiero que dejes que tu mano comience a expulsar ideas genuinas de tu cerebro. Luego podríamos sembrar algunas gardenias. El jardín parece un desierto, solo con ese oasis de jazmines en el centro. Hace falta un poco de césped. Mis pies han dejado de andar descalzos, a lo único que aspiran en estas condiciones es a sentir la dura roca, la tierra envolviendo los dedos, la rigidez del suelo taladrando el alma.
      Quizá más tarde te invite una taza de café. Yo no bebo, recuerda que suelo dar vueltas toda la noche. El café lo prefiero en las mañanas. Deberíamos construir una grulla, viajar en ella hacia alguna isla desierta. Vayamos al bosque mañana, hace tiempo no vemos aquel roble que sembramos. Llevemos al Caifás, ya no pasea por la naturaleza, se ha convertido en un perro citadino. Recuerdo cuando apenas era un cachorro, siempre supe que sería un buen compañero. Visitemos a tu abuela, muero por probar esas deliciosas galletas de canela que hace. Debo decirte que las tuyas son fantásticas, pero Doña Victoria es una experta en el ramo. También iremos al puente colgante, alimentaremos a los gorriones y pescaremos algunas truchas. Necesito que escribas algo, por favor, no necesito mucho, no estoy presionándote, solo pido siquiera una palabra. Solías escribir a montones. Aún habitan en el armario tus notas.
      Solo necesito una palabra. Eres como un teclado sin dedos; una cantidad ilimitada de potencial que no puede utilizarse. Debería construir una máquina del tiempo y regresar a aquel 17 de abril para evitar que partieras sola, debí ir contigo, me arrepiento cada día. Aún conservo tu broche de libélula. Intentaré escribir por ti, no prometo hacerlo bien, tampoco prometo no romper en llanto, pero te juro, que lo haré con el corazón, errante diente de león.

Esporas de tristeza



La tristeza se da en helechos. Durante todo el año permanece inerte. No es hasta el invierno cuando las esporas son llevadas por el viento; esporas de tristeza, que germinan dentro de espíritus débiles. Se desarrollan consumiendo la energía de aquellos desafortunados. Cuando le han consumido en su totalidad, el huésped muere. Este suceso se ha repetido constantemente a través de la historia. Ocurría a escondidas del mundo, como aquella flor del desierto que no es apreciada jamás por ojos humanos.

El precio es injusto



Esta cosa gira, y gira; hasta hacerte vomitar; hasta que escupas el estómago. No te subas, no lo hagas. El precio es injusto. Hay cosas más económicas que son superiores.
     
Bonito día el de hoy. La puerta está cerrada como debe ser. La luz no entra y la habitación se mantiene fresca. Una pluma de paloma irrumpe la monotonía de nuestro diálogo funesto. Dejó caer su vaso y ha manchado el suelo con vino; se ha llenado de cristales. El bombillo de la lámpara se ha fundido y no hay refacciones. Este día lo pasaremos a oscuras.
     
Camina hasta que encuentres un árbol que te parezca bonito. Échale un vistazo por dos minutos y luego regresas a  casa. Estoy ansioso por que me cuentes tu experiencia.

Tus sandalias se las ha llevado el mar. Recuerda que nada de lo que hemos perdido ha regresado. Vayamos a una tienda y compremos unas nuevas.     

Cosas esparcidas en el viento, imperceptibles, como microbios en busca de un huésped. Viajan en busca de espíritus débiles para absorberles la energía restante. Son como esporas de tristeza.

La cama está llena de polvo y nunca se nos ha ocurrido adquirir nuevas sábanas. No me apetece limpiarla. Es tarde. Hagámoslo mañana. Hoy dormiremos en el suelo.

Basura del pasado


Me dedicaré a repostear entradas viejas debido a que no tengo nada qué hacer. Además así puedo cambiar cosas que no me gustaron en su momento. Antes tenía un blog en donde las tenía alojadas el cual tuve que cerrar por motivos poco importantes. Creo que logré rescatar la mayoría; ahora viven en este. Intentaré aprovechar lo que queda del año para hacerlo, pues publicarlas en el otro año iría en contra de mi código de publicación de entradas (no existe tal código). Disculpen las molestias, personas que leen este blog.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

Cómo abrir puertas


Mientras se acerca, podrá notar un gran rectángulo de madera encajado en la pared. A simple vista parece impenetrable, pero no se deje llevar. Cuando llegue frente él no le ponga mucha atención. Desatiendale durante unos segundos. Truénese los dedos y frunza el ceño. Respire profundo y coloque su mano lentamente sobre el picaporte. En este momento usted se encuentra en la parte más importante: no debe retirar su mano por ninguna razón, de lo contrario podría perderla durante un segundo intento. Gire con delicadeza, pero con la misma convicción de quien sostiene la espada que acabará con un dragón. Ya que ha movido el pasador, tire con lentitud de la puerta hasta que se forme un espacio razonable en el que pueda entrar. Debe tener en cuenta que el espacio no debe ser reducido, ni tampoco excesivamente amplío. La exactitud es de vital importancia si se quiere salir vivo. Por último, deslicese hacia el otro lado con cautela. Ahora que ha logrado cruzar, deje que la puerta haga el resto. Si usted realiza los pasos con el debido orden, no tendrá problema alguno.

Reflejo

Somos el reflejo de un espejo alojado en un cuarto oscuro.

martes, 25 de diciembre de 2012

A conveniencia de nadie


La vida no es justa o injusta. No todos obtienen su merecido o pueden gozar del fruto de sus buenas acciones. La vida simplemente ocurre, siempre a conveniencia de nadie.

sábado, 22 de diciembre de 2012

Inmortalidad mortal

El hombre había empleado toda una vida buscando la clave para la inmortalidad. Cuando finalmente la halló, pudo notar que estaba muerto.

viernes, 21 de diciembre de 2012

jueves, 20 de diciembre de 2012

¡Cómo requiero unos audífonos!

Uno viaja tranquilamente en el autobús o camina por la calle con la única y noble intención de oxigenar un poco el espíritu. Pero si no se cuenta con audífonos, se está expuesto a escuchar lo que a otras personas con escaso respeto por el prójimo se les dé la gana reproducir a un volumen considerable. Las escuchas pueden variar desde música grupera hasta una cumbia bastante —sí, bastante— deprimente. Oh, cómo requiero unos audífonos.

martes, 18 de diciembre de 2012

Rocosa situación


Con frecuencia utilizo arbitrariamente a las rocas como punto de comparación y de otras formas para una infinidad de situaciones debido a lo limitado de mi repertorio y a su versatilidad. La intención de este post es pedirles disculpas a las pobres rocas, pues seguramente se han ofendido por semejante atropello de mi parte. Jamás lo hice con esa intención. Prácticamente las podía utilizar para todo. Aquí unos ejemplos:

Podría encariñarme más con una roca que con cierto tipo de personas

Tienes el cerebro de una roca

Tengo la misma agilidad física de una roca

Podrías tener una charla más placentera con una roca que conmigo

Mi expresividad se limita a imitar a las rocas

Tu corazón es como el de una roca

Piensas tanto como una roca

Es duro como la roca

Roca

Una roca es un universo de inexpresividad

La mala suerte se remonta a tiempos ancestrales, cuando el primer ser unicelular tropezó con una roca minúscula.

Nunca he tenido la necesidad de ahogar mis penas en alcohol; con agua y una roca atada al tobillo ha sido suficiente.

No me gusta parpadear demasiado. Estoy desperdiciando instantes valiosos que podría emplear en esquivar rocas inesperadas.


Y aún hay más, de los cuales no tengo un registro. Mi más sincero sentir hacia las rocas, no lo hice con el afán de ofenderles.

Ser árbol ya no es tan fácil


El trabajo de árbol no es fácil en estos días. Los niños de ahora se interesan por otras cosas. Ven televisión todo el día; se entretienen con videojuegos; tienen celulares; usan facebook y ven videos en youtube. Parece que ya no les atrae demasiado la idea de trepar árboles, ni mucho menos emplear su tiempo en la fabricación de un divertido columpio. Sostener columpios ha pasado a ser un trabajo de árboles soñadores; en estos días el trabajo más digno que se consigue es ser hotel para aves. He escuchado de árboles que lo han intentado y solo han conseguido ir a parar como leña para algún estofado. Otros han ido a parar a jardines, donde llevan una virtual vida feliz y hermosa, cuando en realidad pierden toda su belleza natural de árbol. Son solo figuras de adorno. Existen algunos trabajos de temporada, pero que no duran mucho; por ejemplo, los pinos a veces son usados en navidad, pero su vida se acorta y solo algunos logran vivir más allá de enero. Me pone mal ver la situación de los árboles. Realmente es triste. Así que si usted ha pensado ser uno, piénselo dos veces: ser árbol ya no es tan fácil.

Ser fantasma ya no es tan fácil


Ser fantasma era un trabajo que muchos deseaban. Los fantasmas parecían llevar una vida tranquila y feliz. La habilidad de ser invisible es una propuesta muy tentadora para muchos, además, los fantasmas gozaban de un buen sueldo y vidas aparentemente felices. Conozco personas que dejaron sus trabajos de toda la vida para dedicarse a eso de ser fantasma. Sí, todo parecía fantástico. Lo único que se tenía que hacer en el trabajo fantasmal, cuando mucho, era decir un simple buuh y hacer unas cuantas muecas. Las víctimas se asustaban con facilidad; salían corriendo despavoridas, como quien huye de las deudas. Hasta ese momento trabajar de fantasma parecía una ganga. Pero los tiempos cambian y las creencias también. El gremio fantasmal se ha visto afectado recientemente. La gente ha empezado a dejar de creer en los fantasmas, y por defecto, escasean las personas que les temen. Para un espectro, asustar a una persona hoy en día toma tintes de odisea. Ser fantasma se ha vuelto complicado; ya no es un trabajo bien pagado. Que la gente ya no crea en ti es desmotivador. Ahora los señores fantasmas tienen que buscar nuevas maneras de conseguir un poco de dinero para mantener a sus familias. Ser invisible de por vida ya no se torna tan divertido a la hora de buscar nuevos trabajos. Hace unos días me topé con un exfantasma que consiguió un trabajo indigno de anuncio flotante. Pobre. Debe ser difícil. Estos son tiempos de escasez. Así que si usted quiere ser fantasma, mejor piénselo dos veces, ser fantasma ya no es tan fácil.

Entrada nueva



Hay actividades que para algunas personas podrán parecer automáticas, pero para otras son un tremendo lío. Está por ejemplo, esa tan necesaria, la de respirar. Algunos incluso lo hacen de manera natural. Hay un montón de personas que la dominan a la perfección. Caso contrario el de los desafortunados que constantemente tienen que estar repasando el método para evitar su muerte por falta de oxígeno. Si no se ha nacido sabiendo respirar, uno está condenado a una vida de sufrimiento.

No me agradan los tatuajes. Nunca simpatizaré con ellos. Ya de por sí el hecho de rayarme los dedos accidentalmente con el bolígrafo me parece bastante molesto. Es como ir y pintar una roca. Ya no será roca nunca más, solo una simple piedra pintarrajeada. 

Mojarse bajo la lluvia no me parece romántico ni nada por el estilo. Prefiero estar seco. No es que no me guste la lluvia, pero tampoco la amo. Observar la lluvia es reconfortante. Pero uno se expone a contraer un resfriado innecesariamente o a que le caigan renacuajos del cielo, además es demasiado ruidosa.

Odio la sopa pero amo el espagueti. Entonces he llegado a la conclusión de que la causa del odio no son los fideos, sino el caldo en donde este nada y hace piruetas, como microbio en agua de lluvia.

En días recientes he viajado más en autobús que en toda mi vida. Antes para desplazarme a un sitio bastaba con caminar unos cuantos metros. No había necesidad de tomar ningún transporte además de mis pies. Viajar diario en camión me llevó a realizar una investigación con la finalidad de encontrar el asiento correcto, puesto que estaré viajando de aquí a cuatro años si las cosas marchan bien. Necesité una semana entera para dar con el lugar indicado, pero lo hallé. Logré divisar un asiento increíble, un punto ciego, un lugar en donde te sientas y nadie se da cuenta de que hay un espacio vacío. Es genial. He notado que en lo que el pasajero paga, se distrae y cuando mira en busca de algún lugar vacío ya se le ha escapado el asiento en donde estoy. Es increíble. Aunque no es cien por ciento efectivo. En algunas ocasiones ciertas personas logran verlo. Su invisibilidad es vulnerable ante la perspicacia de contados individuos.

Prefiero los perros a los gatos. No por cuestiones de belleza o adorabilidad. Los gatos son animales bellos y agradables, aunque le rehúyo a sus pelos. En cuanto a los perros, me parecen igual de atractivos y geniales que un gato. Mi decisión está basada en algunas cosas que pueden salvarte la vida. Creo que un gato no podría combatir a arañazos a un ladronzuelo, en cambio un can es más fiable. Soy humano de perros.

No crean cuando alguien les dice que la última cosa que podemos hacer es rendirnos; lo último que podemos hacer es morir.

Un álbum tan bueno que lo único verdaderamente rescatable es la portada.

Apología a los limpiaparabrisas




Limpiar parabrisas es el oficio más difícil del mundo. Luchar contra tigres de bengala es un juego de niños a comparación. Al menos para combatir a los tigres no tienes que competir contra las luces del semáforo; seres diabólicos con manías siniestras.
      En el oficio de limpiar parabrisas entran en juego varias cosas, por lo cual se debe ser sumamente precavido. Esto te mantiene en un estado de presión constante y sumamente traumatizante. Introducirse en la carretera con un montón de conductores furiosos es bastante riesgoso. Además, se pierden algunos segundos en lo que se encuentra al cliente. Ante el más mínimo descuido se te va la vida.
      El principal y más temido enemigo es  la luz del semáforo. Cuando uno es un peatón común y corriente la luz verde dura una eternidad, luego cambia a rojo. Esta suele durar lo necesario para cruzar a un paso más o menos rápido la calle sin verse obligado a correr como desquiciado. Aunque realmente nunca se sabe cuál es el momento indicado para cruzar; la luz bien puede estar a punto de pasar a verde. Un sistema de cuenta regresiva sería perfecto para salvaguardar la vida de los peatones, pero esa es otra historia. Cuando uno es el conductor de un automóvil, la luz roja dura un siglo y la verde tiene la misma periodicidad que un cometa. No pasa lo mismo con los limpiaparabrisas. En este caso la luz roja dura menos de un segundo. Se tiene que tener un dominio de la técnica casi perfecto, así como la habilidad de distribuir el tiempo con precisión si es que se quiere realizar un trabajo decente que repercutirá en las ganancias del día. Esto requiere de un intenso entrenamiento y dedicación. La precisión lo es todo. Un pequeño error y estás acabado. Hay que rociar el jabón con agua, pasar la esponja y limpiar los residuos en tiempos récord sin dejar impurezas. De lo contrario, no se puede esperar una buena paga.
      He visto niños lavar parabrisas con maestría. Yo necesitaría dos horas y media para hacerlo de un modo más o menos rescatable. Uno tiene que nacer con el toque, no se puede aprender de la noche a la mañana y esperar salir victorioso.

domingo, 16 de diciembre de 2012

Un millón de cosas


Los viajes en autobús son impredecibles. Pueden ser merecedores del olvido o una aventura digna de contarse; aunque la segunda no ocurre con frecuencia. A la hora de elegir asiento no lo pienso demasiado, escojo un lugar cerca de la ventanilla. El interior del camión pocas veces ofrece un gran espectáculo. Es más entretenido ver a un montón de casas y edificios que a unos sujetos con mala cara. Las personas abordan el autobús con unas tremendas ganas de bajarse. Yo siento lo mismo. Cosa distinta pasa en los viajes largos: esos sí me agradan. Podría durar horas y horas aparentando ver por la ventanilla. En realidad no presto la debida atención al paisaje, mi mente se centra en cosas triviales. Todo lo que veo echa a volar mi imaginación de una manera un poco extraña. De repente estoy pensando en un millón de cosas. Hace algunos días vi un auto. Aparentaba ser un modelo clásico; su estado no era bueno, pero estaba en reparación. Me puse a maquinar un gran plan sobre cómo obtenerlo cuando trabaje. Ni siquiera estará ahí cuando yo tenga un empleo, pero no pensé en eso. O el mes pasado, vi un perro que estaba dentro de una verdulería. Me pregunté cómo es que llegó ahí. ¿Su hambre será tan inmensa como para haberlo aorillado a volverse vegetariano? Por qué la gente tiene perros si no los va a cuidar. Pobre animal, ha puesto su gusto por la carne en una balanza porque se muere de hambre. Es muy triste. Quise pensar que al final decidió no  perder su dignidad de perro y se fue de esa verdulería; que aprendió a cazar y ahora se alimenta de palomas que previamente hornea con un guiso secreto. Ha encontrado una linda Poodle y se ha hecho de una familia. Ahora le va bien, estoy seguro. Suelo perderme kilómetros enteros del camino, pero jamás me paso de mi destino. No soy tan despistado. Viajar en autobús es tan monótono que prefiero olvidar que estoy viajando en el autobús.

domingo, 9 de diciembre de 2012

El mundo es un lugar de sombras


El mundo es un lugar de sombras. Adonde sea que uno se dirija encontrará sombras. Apenas e interceptes el más mínimo rayo de luz obtendrás una. La famosa y mística oscuridad es una sombra a gran escala; el universo es la sombra por excelencia. Uno nunca puede librarse de ellas. Es  imposible evitar esa estrecha relación que estamos destinados a tener con nuestras propias sombras. Ocultarse debajo de las sábanas no sirve de nada en estos casos.