Nací cuando se daba la onceava campanada. Veintisiete de los 30 pilares que sostenían el universo habían sido derribados. Las situación no pintaba bien. Quedaba un sujeto que aún se resistía a la catástrofe, se caracterizaba por tener el alma helada. Yo intentaba abrir los ojos y observar cómo los restos de millones de estrellas caían frente a mí, como copos de nieve cósmica. Aprendí cómo cultivar abrazos y conocí a un anciano que gustaba de oler las flores matutinas.

No hay comentarios:
Publicar un comentario