jueves, 27 de diciembre de 2012

Teclado sin dedos



Podrías escribir lo que sientes en este instante. Aquello que te perturba hace semanas. Preocúpate si no plasmas nada, podrías estar en graves problemas, en el peor de los casos, que seas una fría máquina. Podrías rasgar las hojas con palabras duras, podrías hacer llorar a alguien sin mirarlo, podrías volar en el lomo de un dragón. Esto no es tan difícil, incluso es relativamente fácil. La cosa es sencilla.
      El tiempo mejora a pasos agigantados. Nada puede empeorar, no sientas miedo, estaré aquí para contarte de aquella vez que me caí de la bicicleta. Seguro te hará reír. Se ha ido la lluvia, pero ha quedado la humedad en el viento, las gotas han empezado a deslizarse con más gracia por las hojas de los árboles. El olor a tierra mojada invade la habitación.
      Escribe eso que te inquieta, no pido que te expliques, no quiero que seas coherente, no quiero que relates un cuento, solo quiero que dejes que tu mano comience a expulsar ideas genuinas de tu cerebro. Luego podríamos sembrar algunas gardenias. El jardín parece un desierto, solo con ese oasis de jazmines en el centro. Hace falta un poco de césped. Mis pies han dejado de andar descalzos, a lo único que aspiran en estas condiciones es a sentir la dura roca, la tierra envolviendo los dedos, la rigidez del suelo taladrando el alma.
      Quizá más tarde te invite una taza de café. Yo no bebo, recuerda que suelo dar vueltas toda la noche. El café lo prefiero en las mañanas. Deberíamos construir una grulla, viajar en ella hacia alguna isla desierta. Vayamos al bosque mañana, hace tiempo no vemos aquel roble que sembramos. Llevemos al Caifás, ya no pasea por la naturaleza, se ha convertido en un perro citadino. Recuerdo cuando apenas era un cachorro, siempre supe que sería un buen compañero. Visitemos a tu abuela, muero por probar esas deliciosas galletas de canela que hace. Debo decirte que las tuyas son fantásticas, pero Doña Victoria es una experta en el ramo. También iremos al puente colgante, alimentaremos a los gorriones y pescaremos algunas truchas. Necesito que escribas algo, por favor, no necesito mucho, no estoy presionándote, solo pido siquiera una palabra. Solías escribir a montones. Aún habitan en el armario tus notas.
      Solo necesito una palabra. Eres como un teclado sin dedos; una cantidad ilimitada de potencial que no puede utilizarse. Debería construir una máquina del tiempo y regresar a aquel 17 de abril para evitar que partieras sola, debí ir contigo, me arrepiento cada día. Aún conservo tu broche de libélula. Intentaré escribir por ti, no prometo hacerlo bien, tampoco prometo no romper en llanto, pero te juro, que lo haré con el corazón, errante diente de león.

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