jueves, 27 de diciembre de 2012

Habitando incendios



Vivimos en un sexto piso, en la única calle de la ciudad que no ha sido nombrada. Estamos situados a la mitad de un incendio que no precisamente está constituido por fuego. Los que viven debajo de nosotros se dedican a golpear el techo la mayor parte del día. Ya nos han destrozado los nervios. Al principio uno se ve desconcertado. Te invaden las ganas de ir a derribarles la puerta. Los primeros días son eternos. Caminas tranquilamente por el pasillo y repentinamente el demonio te jala los pies y taladra tus oídos. Con el transcurrir de los años nos hemos medio acostumbrado. María insiste en que nos mudemos. Yo le digo que no. Adónde sea que vayamos será igual. Puedo intuirlo. Los que viven arriba son más amigables, incluso a veces dejan caer una rebanada de pastel. Ahora cumplimos años al menos un día cada semana. Nuestra situación ha ido mejorando paulatinamente, o eso es lo queremos creer.
      El reloj marca el tiempo de manera aleatoria; en ocasiones son las diez de la mañana y dos horas más tarde nos dice que ya es medianoche. He sido despedido de cien trabajos por su culpa. Me la paso insistiendo en que compremos otro reloj, pero ella dice que no hace falta. Nuestro capital es invertido en cosas de provecho como figurillas de arcilla o vasos de cristal.

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