Estás ahí, parado en la acera. Solo tú y la fría acera. Unas cuantas aves en el cielo y un depósito de basura en la esquina. Todo lo demás es blanco y destila tristeza. No hay nada alrededor. Solo un vacío que retuerce el estómago. Caminas cien metros y encuentras un buzón, el cual contiene un sobre rojo. Hay una carta dentro de él dirigida a ti; la abres pero no dice nada, es una hoja en blanco. La guardas en el bolsillo y decides caminar un poco más. Dos horas han pasado desde que encontraste la carta; has avanzado una gran distancia; tienes los bolsillos rotos; el sobre ha caído muchos metros atrás. No puedes regresar porque ya no hay camino de regreso. Sigues adelante y ahí está un buzón de nuevo. Esta vez es azul. Contiene el mismo sobre rojo. Al abrirlo de nuevo ya no está la hoja, en su lugar hay solo un pequeño pedazo de servilleta que dice: «alguien miente, siempre hay alguien que está mintiendo».

Y alguien que está dispuesto a decirte la verdad.
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