Hay un perro sentado que no se mueve, a simple vista parece una estatua. Si te acercas un poco más verás que está vivo. Despide un olor desagradable. Jamás ha recibido un baño. Lo más parecido a eso son los días de lluvia, cuando alguna gota logra salpicarle. Ha pasado toda su vida atado a un pedazo de madera. Solo conoce su sucia casa, el suelo en donde está parado y su más cercano —el único— amigo que tiene: su plato de comida, que gracias a su fabricación a base de un plástico resistente lo ha acompañado desde cachorro. Es buena compañía, es un plato comprensivo y le ha hecho la vida un poco menos dura. Aunque eso no ha sido suficiente. El alma ya se le ha vuelto pedazos. Su corazón está más seco que un desierto. Ya no hace ningún intento por liberarse, al parecer se ha resignado a morir presa de la soga; esa que lo mantiene cautivo. Un incendio le consume las entrañas. Las pelotas y los objetos que se mueven dejaron de importarle hace mucho, los mira pasar solamente, no les presta mucha atención. A veces sueña caminatas en el bosque, se mira correteando ardillas. Sueños quiméricos. El pesimismo se ha vuelto parte de él. Sin duda su espíritu ha sido machacado y aplastado miles de veces, que ya casi no le queda reserva de vida. Es probable que la soga se corte pronto y la madera ceda, pero dudo que huya, hay un fantasma más grande y poderoso que cualquier sueño y esperanza de libertad, uno que lo mantiene ahí, pegado al suelo. Está enredado con una cadena tan grande y pesada que nunca será libre; invisible, pero tan dura como diamante. Su plato ahora se ha roto en el peor momento. No ha soltado lágrima; no le queda ni una. Le duelen los huesos y la vista le falla. Estaría mejor muerto.
lunes, 23 de julio de 2012
Hay un perro
Hay un perro sentado que no se mueve, a simple vista parece una estatua. Si te acercas un poco más verás que está vivo. Despide un olor desagradable. Jamás ha recibido un baño. Lo más parecido a eso son los días de lluvia, cuando alguna gota logra salpicarle. Ha pasado toda su vida atado a un pedazo de madera. Solo conoce su sucia casa, el suelo en donde está parado y su más cercano —el único— amigo que tiene: su plato de comida, que gracias a su fabricación a base de un plástico resistente lo ha acompañado desde cachorro. Es buena compañía, es un plato comprensivo y le ha hecho la vida un poco menos dura. Aunque eso no ha sido suficiente. El alma ya se le ha vuelto pedazos. Su corazón está más seco que un desierto. Ya no hace ningún intento por liberarse, al parecer se ha resignado a morir presa de la soga; esa que lo mantiene cautivo. Un incendio le consume las entrañas. Las pelotas y los objetos que se mueven dejaron de importarle hace mucho, los mira pasar solamente, no les presta mucha atención. A veces sueña caminatas en el bosque, se mira correteando ardillas. Sueños quiméricos. El pesimismo se ha vuelto parte de él. Sin duda su espíritu ha sido machacado y aplastado miles de veces, que ya casi no le queda reserva de vida. Es probable que la soga se corte pronto y la madera ceda, pero dudo que huya, hay un fantasma más grande y poderoso que cualquier sueño y esperanza de libertad, uno que lo mantiene ahí, pegado al suelo. Está enredado con una cadena tan grande y pesada que nunca será libre; invisible, pero tan dura como diamante. Su plato ahora se ha roto en el peor momento. No ha soltado lágrima; no le queda ni una. Le duelen los huesos y la vista le falla. Estaría mejor muerto.
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