jueves, 2 de agosto de 2012

No vayan a la peluquería


No vayan a la peluquería, ahí siempre te toman el pelo (vaya, qué «buen chiste» me he sacado de la manga). No me gusta cortarme el cabello por razones de fuerza mayor que aún desconozco. Es a mí, como el agua a los gatos. Me resulta un verdadero martirio. Tengo que despertarme temprano, porque no me gusta ir después del mediodía. Mientras más temprano sea, es mejor para mí, es raro el cliente que se aparezca en el horario matutino. Soy, la mayoría de las veces, el único. Es bueno, evito verles las caras a personas que no contestan los buenos días;  las esperas interminables; a la señora que se tiñe el cabello; al señor que se hace algo en los pies; al niño que no se deja rapar (aunque lo entiendo). Me resulta incómodo tratar con humanos que no conozco, que no inspiran agrado. Quizá debería buscar una peluquería menos solicitada, pero no. En esta me he cortado el cabello desde que tengo memoria, además, está relativamente cerca de mi casa. Hoy me desperté temprano, me di una ducha, medio desayuné, y salí apresurado hacia el local. Llegué y aún no abrían el local. Vaya, esto no puede augurar nada bueno. Le pregunté a la señora que es hermana del señor peluquero que si abrirían pronto. Me dijo que ya estaban por abrir. En seguida colocaron el letrero de abierto y entré como siempre. Me senté en la cómoda silla, y entonces me quedé quieto para que el noble señor hiciera su trabajo (debo decir que ese tinte plateado que llevaba en el cabello no le sentaba muy bien). Como podrán deducir, era el único en el sitio hasta que, de la nada, apareció una cliente. Vaya, me puse nervioso; suelo hacerlo frente a humanos extraños, más cuando estoy sentado en una silla, con un pedazo de tela en el cuello y me están cortando el cabello. No sabía qué hacer. Empecé a sudar frío. Viene hacia acá. ¡Se detuvo! ¡Oh, qué alivio! Tomó una revista y se puso a leer, supongo, sobre la «interesante vida» de los actores de telenovelas. O tal vez estaba decidiendo qué nuevo estilo se haría. Aunque creo que esa debería ser una decisión más responsable. Miren que estar decidiendo en el instante qué corte te harás. Por mi parte no me ando con rodeos, solo pido que me rebajen un poco el cabello y ya. Ha sido así desde que tenía siete u ocho años. Ni siquiera me peino, para qué quiero un corte demasiado rebuscado. Luego la muchacha terminó de ver la revista, y se dispuso a venir de nuevo hacia donde me estaban torturando, pero esta vez no tomó nada, solo se recargo en la pared y se dispuso a mirar, me miraba. No sé qué podría parecerle más interesante en mí que en la revista. Al menos la revista tiene colores vistosos, yo no soy para nada vistoso, menos agraciado. Creo que se estaba carcajeando por dentro, es probable que sepa cuánto odio cortarme el cabello. Veía en eso una diversión a costa de mi sufrimiento. Me puse tenso y no supe qué hacer. No quería mirarla. Seguramente se reiría. Solo miré fijamente mis ojos en el espejo. Nada más.  Deseando que todo terminara. Espero que el señor peluquero no haya notado que yo estaba temblando. Qué vergüenza. En fin, después de que ya estaba listo, pagué y salí rápidamente de ahí, ni siquiera dije hasta luego, yo solo quería escapar. Espero que la próxima vez no esté allí.

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