Hoy fui a visitar a la abuela. Hace tiempo no iba. Me gusta ir a su casa porque está cerca: como a unos quince metros de mi hogar. Me ofrecieron un poco de refresco y acepté. Tomé un vaso del lugar convencional en donde suelen estar los vasos. Abrí el refrigerador, saqué la botella y me dispuse a verter el líquido dentro del recipiente, cuidando siempre no desperdiciar ni una gota. Tal parece que derramar una es un delito por estos lares. A mí me da igual, pero evito faltar al respeto a las tradiciones refresqueras de la familia. Para qué estallar una bomba. Tomaba conscientemente la bebida; despacio para saborear su azucarado sabor. Era mi día de suerte porque había saborizante de vainilla, así que le agregué una cantidad generosa. Con vainilla sabe de maravilla. Yo estaba en lo mío, intentando terminar con lo que me había servido. Miré hacia una alacena por casualidad y vi un montón de vasos. Desde que tengo memoria siempre han estado ahí. Nadie los usa. Nunca les había puesto la debida atención. Son como una especie de adorno. Nadie se toma la molestia si quiera de sacarlos una vez al año. Solo están ahí, inertes, empolvándose. Qué triste haber nacido vaso y ser utilizado como figurilla para decoración —pensé—. Le hice saber a mi familia que serían más útiles si los usaran. Le darían felicidad a esos vasos; dejarían de ser vasos tristes. Incluso eran de vidrio, los cuales siempre he considerado superiores a los de plástico. Nadie hizo caso. Luego sugerí que me los obsequiaran si no los querían usar. Me dijeron que están ahí para ocasiones especiales. ¿Qué mejor ocasión especial que beber agua para mantenerte con vida? Siento un poco de lástima por aquellos vasos. Pasarán el resto de sus días en una vitrina, viendo como nadie los utiliza; como prefieren a otros vasos; sintiéndose discriminados, cuando son verdaderamente bellos vasos.

Así somos las personas, estamos a la espera de que alguien nos "saque" un día especial.
ResponderEliminarEs perjudicial esperar tanto. Uno debe buscar ese día especial en las cosas sencillas y pequeñas. Salir de la vitrina por cuenta propia, aunque corramos el riesgo de quebrarnos en mil pedazos.
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