Vivo en un pequeño pueblito ubicado detrás de una gran montaña que dificulta la salida y entrada de personas, en donde el aire es cálido en verano y cálido en invierno. Es definitivamente un pueblo de perros. Donde sea que uno ponga la mirada habrá un perro. Ver un gato como mascota oficial de una familia es algo inconcebible por estos lares. En los 300 años de existencia del pueblo (me he inventado la edad del pueblo porque no tengo idea de la fecha de su fundación) nadie ha tenido un gato como mascota oficial. En dado caso que se hayan aventurado a tener un gato, ha sido en un segundo puesto, por si llegara a morir el perro; así tendrían con que consolar a los miembros pequeños de la familia. Aunque frecuentemente se opta por un loro o una iguana antes que un gato, incluso he visto quienes prefieren los lagartos. Pocas personas tienen la fortuna de ver un gato en vivo. Aquellos que han logrado ver a uno son los que han viajado a la ciudad (una odisea) o poseen aquel místico artefacto al que llaman televisor o caja idiota. La primera vez que vi un gato fue una experiencia única, un momento de fortuna. Al principio me pareció un ser extraño y nada agradable: era plano como una hoja de papel; tenía ojos saltones y despedía un olor fétido; permanecía quieto como una roca; le recorrían el cuerpo unos surcos, como los canales de los neumáticos de un automóvil. Un animal bastante raro. Desde aquella vez han pasado ya diez años y la atracción hacia los gatos por parte de los habitantes no ha mejorado en nada. Pero yo he visto gatos, los he visto rondar por las orillas de la casa, pero estos no son gatos normales; son grandes y ágiles. No como aquel gato que yo conocía. Estos son del tamaño de una ardilla bien alimentada con las mejores almendras del pueblo (quiero decir que son gatos realmente grandes). Seguramente han ingerido productos químicos. Han estado visitando el patio y hurgan entre la basura en busca de sobras. Cada vez veo más y más gatos. Jamás pensé que observaría tantos. He estado temiendo lo peor; quizá estos gatos han venido a vengarse por la aversión que los lugareños sienten hacia ellos, quizá estos gatos no son gatos y son otra clase de siniestros animales, quizá son gatos huraños y salvajes. Son agresivos, he observado su comportamiento malévolo; comen pequeñas palomas y avecillas que rondaban tranquilamente por el pasto. Puedo augurar que pronto comenzará un suceso que debimos prevenir, pronto llegará el ataque de los gatos mutantes.
miércoles, 30 de enero de 2013
martes, 29 de enero de 2013
Las personas que sigo en twitter
Las personas que sigo en twitter (grupo reducido a un par decenas o más) me caen muy bien. Pocas veces doy unfollow. Cuando sigo a alguien, la mayoría de las veces, me comprometo a seguirle hasta que cierre su cuenta o fallezca. Me abstengo de hacerles reply a sus tuits, pues podría propiciar que me bloqueen o que me tomen como un loco; y eso sería una tragedia, pues realmente me caen bien.
sábado, 12 de enero de 2013
Al diablo con el vecino
Los momentos más desagradables ocurren cuando uno menos los espera. He estado solo en casa y era mi oportunidad para escuchar a Led Zeppelin a un volumen considerablemente más alto que en unas pequeñas bocinitas que tengo en el cuarto, las cuales uso poco. No acostumbro escuchar música si no es por auriculares; siempre estoy con el pendiente de no perturbar al prójimo. Estoy consciente de que mis gustos musicales pueden no ser del agrado de los demás bípedos con los que comparto este planeta. Pero ahora resulta que el vecino también escucha a Led Zeppelin; realmente una catástrofe; una tristeza. Me ha echado a perder la semana. Ya no podré escuchar más a los Zepp. Qué va a pensar este sujeto que a medianoche canta canciones de metal, y que se asemeja más a alguien que está sufriendo de un terrible dolor estomacal que a un buen cantante. Se va a imaginar que le he igualado y que porque él los escucha ahora yo también. Pensará que padezco alguna clase de esnobismo. Jamás volveré a escuchar los gloriosos riffs de Jimmy Page sonando por toda la casa. Una lástima. Pero no todo está perdido, aún puedo escuchar otras cosas, a no ser que repentinamente también le nazca un amor por otras bandas que escucho.
Al diablo con el vecino, mañana Stairway to Heaven se escuchará por todo el vecindario.
viernes, 4 de enero de 2013
Brotes de felicidad
En un bosque en donde ningún ser humano ha estado, crece un pequeño fruto amarillo; se da en árboles de hojas marrones y tallos delgados que tienen espinas. No parece comestible ni agradable al gusto. Cuando este cae al suelo, permanece cerca de un mes sin un cambio, luego comienza a tornarse de un color azul metálico y finalmente se pudre. Donde desaparece el fruto crecen pequeños brotes con forma de espiral, brotes de felicidad. Si un ser vivo comiera alguno la felicidad lo invadiría en cuestión de segundos. Pero es ignorado, porque en apariencia se ve como un insignificante helecho que crece de la fruta podrida. Los animales que viven en el bosque prefieren las bayas y semillas que lucen más apetitosas.
Mis manos se odian
Por más que lo intento no puedo, simplemente no sucede. Mis manos se odian mutuamente. Intentar juntarles para generar un aplauso es imposible. Tengo que recurrir a métodos nada prácticos. Finjo un aplauso y hago ruidos con la boca que en nada se parecen a uno. Solo hago el ridículo. Hasta el momento es lo único que he podido hacer. Por motivos de la escuela estuve asistiendo a eventos en donde los aplausos eran requeridos con frecuencia. Y ahí estaba yo, acorralado, sin saber qué hacer, desesperado por la incómoda situación. Tengo que admitirlo: las focas y los simios son mejores que yo.
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