jueves, 13 de septiembre de 2012

¿Por qué no hiciste la tarea?


Verá, no voy a contarle alguna de esas historias trilladas que suelen contar mis compañeros que tienen una imaginación coja, como esa de  que «el perro se comió mi tarea» o que «sí la hice pero se me olvidó en casa». Tampoco recurriré a situaciones viles que apelan a los sentimientos como el fallecimiento de algún familiar. Realmente voy a ser sincero y contarle lo que sucedió:

El lugar en donde vivo queda bastante lejos de aquí. Tengo que despertarme tres horas antes de lo normal para llegar aquí a una hora decente. Vivimos con la luz del sol. La única bombilla que existe en mi pueblo se encuentra en un monumento en el centro, dedicado especialmente a ella. Las personas la adoran como a una deidad y le han puesto un nombre que no recuerdo. Incluso llevan ofrendas y en ocasiones hacen ceremonias. Para conseguir alimento tenemos que salir a cazar y recolectar frutas y semillas. El tiempo se pasa volando y cuando me doy cuenta se me ha ido todo el día. Tengo que arrear a nuestro rebaño de ovejas flacas, que pasean por el campo arrastrando su alma. Entre velas y candelabros preparo el cerdo salvaje que capturamos durante la cacería y me doy a la tarea de comer. A una hora que no es ni cena ni almuerzo, sino una especie de híbrido que no viene nada bien. Entonces podrá imaginarse que me queda poco tiempo realmente para hacer tarea. Pero aun así encuentro algunos espacios para elaborarla. El día de ayer, mientras yo ya me había dispuesto para realizarla, el sueño se apoderó de mí, y sin darme cuenta, ya se me hacía tarde para venir de nuevo a la escuela. Me apresuré lo más que pude, y a tropezones logré llegar a tiempo a la primera clase. Esa fue la razón de por qué no hice la tarea, profesor.

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