Era un día que parecía ser «normal». No hacía calor; no hacía frío. No era de esos días en los que esperas que suceda algo trascendente que te cambie la vida. Parecía que nada extraordinario podía suceder. Aquel día salí antes de lo acostumbrado de la escuela. Caminaba por la calle, pateando una lata imaginaria para hacer menos pesado el viaje. Trato de ahorrar lo del taxi cuando me es posible. Estaba nublado. Era un buen día para transportarse a pie. El sol hace más pesado caminar. Las condiciones eran óptimas. Caminar te da la posibilidad de ponerte a pensar en cosas triviales como por qué ese perro no tiene collar; o aquella paloma hace su nido en la rama de aquel árbol; o cómo es que ese anciano terminó recogiendo botellas para sobrevivir. Qué lo llevó a estar en semejantes condiciones; no debió ser buena persona, supongo. Recolectar botellas no debe dejar mucho dinero, me imagino. ¿En dónde pasará las noches? ¿Comerá bien? ¿Tendrá hogar? Quizá fue duro con sus hijos, nunca los quiso y ahora nadie se hace cargo de él, a nadie le importa si está vivo o si ya murió hace años. Tal vez golpeaba a su esposa, o abandonó a su familia. Pero uno debe seguir caminando. De lo contrario no llegarás a casa. Cortaba hojas de los arbustos próximos a la acera para distraer la mente. Ponía atención en las aves que encontraba en el camino. Me gustan las aves. Debo apreciarles ahora que aún existen. Seguí, apresurado, sin perder el paso. Sin darme cuenta había recorrido la mayor parte del trayecto. ¡Vaya, cómo se va el tiempo pensando en nada importante! Ahí estaba yo, llegando a casa, terminando un viaje más, a punto de entrar en un callejón que lleva hasta mi hogar, cuando sentí que debía mirar hacia la izquierda sin ninguna razón aparente, y ahí, ¡ahí estaba ella! No sé quién era. Cruzamos miradas como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Tenía ojos color miel, nariz atractiva, cejas perfectas y el cabello le llegaba a la cintura, era negro, brillaba, era hermoso. El cabello dice mucho de las personas. Sentí escalofríos. Ella me miraba a los ojos, yo igual. Volví la mirada rápidamente, como un cobarde. Apuré el paso. Quería alejarme de ahí. Lo que debí hacer era correr y besarla, decirle que era el amor de mi vida, que tendríamos dos hijos hermosos y que viviríamos en una casa en el campo; que beberíamos té por las mañanas, y en las noches observaríamos las estrellas; que en los días de lluvia jugaríamos con los niños hasta enfermarnos de gripe. Esa noche no dormí bien. No pude dejar de pensar en eso por meses. No debí voltear.
miércoles, 28 de marzo de 2012
domingo, 25 de marzo de 2012
Esto no va para ningún lado
Camino por la calle. El sol quema demasiado. Miro hacia todas partes. No hay rastros de algún automovilista que se digne a llevarme en cualquier dirección. Los caballos voladores ya no existen. Hay un árbol de sombra espesa. El suelo es demasiado blando. Me dirijo hacia él. Es posible que me quede un buen tiempo en este lugar. No parece existir salida. Estoy muriendo de sed. Caminar no es una opción, aquí es un desierto. Voy a morir. El calor es demasiado intenso. He estado pensando que esto no va para ningún lado.
Despierto. Todo era un sueño.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)
