Cuando era pequeño sentía que las vacaciones duraban lo que un parpadeo. A los niños les falta tiempo y les sobran ideas y energía, al menos al pequeño común. Dos semanas o incluso un mes no eran nada. Bah. El verano se iba tan rápido como llegaba. Siempre soñé con que algún día tendría tantas vacaciones como quisiera, llegaría el día en que tendría días libres hasta el hartazgo sin tener que morir para conseguirlo.
Hace ya como un mes y medio ese día tan esperado llegó. Nos avisan que suspenderemos clases y reanudaremos hasta nuevo aviso. No voy a negar que al principio sentí un poco de ilusión y hasta algo parecido a la felicidad. De vez en cuando me alegro por no tener clases. Mi sueño de pequeño parecía tomar forma, pero luego eso se transformó en preocupación y ahora ya es una especie de criatura rabiosa que tira a morder si uno se le acerca.
Antes de aquel anuncio siquiera llevábamos cumplido un mes de regresar del periodo anterior. Demasiadas vacaciones no son buenas, uno pierde ritmo, la mente se acostumbra a dormir a la hora que sea, eso afecta a la larga. Uno olvida la tortura que supone hacer tarea y pierde práctica. Cuando regrese a clases es probable que sufriré como no tienen idea. Estoy frío. Ya no recuerdo el nombre de los profesores ni las materias. He llevado a la holgazanería y a la procrastinación a niveles estratosféricos. Esto ya no es sano de ninguna manera.